domingo, 8 de febrero de 2015

Cap 8 "El amor-motor"

"Sobre Durmientes y Jugadores". Capítulo ocho


“El amor-motor.”




Desde una perspectiva optimista ingenua el amor parece ser
el motor de todas las acciones. Pero es erróneo tomar al amor
mediante una definición unidimensional que solo comprenda lo
grato y lo atinado. El amor como motor puede ser contemplado
desde la concepción de amor “pasional” en el caso de acciones
humanas. Ya sabemos que la palabra pasión proviene de la
palabra padecer. Este amor doliente fue por siglos la base de las
creencias religiosas. Dios vomita a los tibios de su boca, dice la
Biblia, el Dios cristiano es apasionado.
Pero ¿Sirve este paradigma de operatividad apasionada para
funcionar en el mundo real? La pasión como motor del mundo
parece acarrear tanto actos de arrojo como guerras, tanto besos
como puñetazos.
Es preferible concebir al amor como un motor de nuestras
acciones, solo en el caso de que se lo tome como una guía para ser
correctos, aunque lo correcto y lo eficiente no siempre van de la
mano.
Los durmientes perciben al amor como un destello del
despertar del alma, amar es muy parecido a despertar, y tal vez la
sensación sea la misma, pero está claro que el solo amar no
conlleva necesariamente al despertar del alma. El despertar es
saber, y el amor es seguridad.
El amor hace las veces de droga que recrea la seguridad de
que estamos ante la persona adorada, el dios perfecto, la poesía
más hermosa, etc. El verdadero despierto duda incluso del amor
en sí. Tomado como un estadío de pensamiento, el amor
desarrolla poderosas herramientas para actuar y operar en el
teatrum mundi. Hay madres que viven una vida entera de
sacrificios solo por amor a sus hijos. Soldados van a la guerra por
amor a la patria. El amor parece ser un buen motivo para realizar
acciones, pero es un desatino guiarse solo por este sentimiento,
sobre todo en el caso del amor pasional.

El amor-motor parece ser parte del auditorio, parecemos
creer que el auditorio realiza acciones por amor, y ya que hemos
llegado a la conclusión de que el auditorio es la otredad, parece
ser que los otros realizan sus acciones por amor, o todo lo
contrario. Esto nos remite a los pensamientos infantiles donde o
se ama o se odia, pero tal vez la experiencia fenoménica de
fracasar a cualquier escala esté más emparentada con el
desempeño operacional de una persona que con la respuesta
fenoménica del auditorio. No olvidemos que todo lo que
percibimos está iluminado por la luz de nuestra consciencia, el
mundo está hecho a nuestra medida, solo para complacernos, solo
para no despertar.

Alejandro G. Vera

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